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miércoles, 17 de septiembre de 2014


Desarrollo Económico

Las economías en desarrollo no se diferencian de las desarrolladas tan sólo por una cuestión de escala. Son cualitativamente diferentes de las economías avanzadas en múltiples dimensiones: estructura productiva e institucional, extensión y profundidad de los mercados, funcionamiento del Estado, amplitud del ciclo y frecuencia de las crisis económicas, pobreza, exclusión, distribución del ingreso, calidad del gasto social, formalidad del mercado de trabajo, entre otras. 

El desarrollo económico, no es solamente acumulación de capital físico y humano, es un proceso de transformación que involucra tanto la estructura de la economía y las instituciones que la forman,  como las políticas y sociales que regulan su funcionamiento. Por lo tanto, el desarrollo económico sólo puede ser tomado en cuenta como parte del desarrollo humano, cuya finalidad sea satisfacer las necesidades  humans en todas sus dimensiones (económicas, sociales, educativas, de salud, de recreación, entre otras).

El reciente fracaso de las reformas promovidas en numerosos países latinoamericanos  por el Consenso de Washington, ha puesto una vez más en evidencia la debilidad de las economías en desarrollo, así como la necesidad de repensar la teoría y la política del desarrollo económico a partir de nuevas premisas.
 
En nuestro país, la frustración que genera la falta de desarrollo se agudiza cuando se percibe que, si Venezuela hubiera crecido a tasas cercanas a las evidenciadas por otros países con dotaciones de recursos similares y condiciones de partida que a inicios del siglo XX eran muy semejantes, hoy probablemente sería un país muy diferente al que es.

La variedad de trabajos historiográficos y de análisis económico que describen y  tratan de determinar las causas del subdesarrollo es enorme. Los diferentes enfoques que abordan el tema privilegian distintos factores de la estructura económica e institucional (legados coloniales, inadecuada definición de derechos de propiedad y elevados costos operativos, la asimetría mundial y la dependencia externa que plantea la existencia de un centro y una periferia, ahorro e inversión insuficientes, etc.), o bien hacen hincapié en las falencias que perciben, de acuerdo a sus diferentes visiones, en las estrategias de política económica aplicadas en distintas experiencias (relativas al rol del estado, la inserción internacional, las políticas macroeconómicas., etc.).  

A pesar de esta diversidad es posible identificar, a través del tiempo, ciertos elementos comunes en la trayectoria de la teoría del desarrollo, en la que se fueron produciendo importantes modificaciones conceptuales y de enfoque.
 
En primer lugar el reconocimiento de que el crecimiento económico no es más que un medio para alcanzar otros fines y que centrarse exclusivamente en esta dimensión, si bien importante, constituye una limitación temática para comprender la problemática del desarrollo y delinear estrategias tendentes a lograr un mayor nivel de bienestar económico, con equidad en la distribución e inclusión social.  En este sentido varios trabajos,  entre los que se destacan los de  Amartya Sen (Premio Nóbel 1998), han extendido el concepto del desarrollo al “proceso de aumentar las capacidades de la gente, a la expansión de sus derechos, utilizando la totalidad de opciones y oportunidades que tiene frente a sí”. 

La cuestión social, reflejada en variables tan diversas como los umbrales de pobreza y desempleo de largo plazo –que reflejan la exclusión social-, la esperanza de vida al nacer, la tasa de alfabetización de adultos y las tasas de matriculación en distintos niveles educativos, las cuestiones de género, entre otras, se incorpora crecientemente a la caracterización del desarrollo junto con los factores que contribuyen al crecimiento  económico (acumulación del capital, industrialización, política económica, etc.). Estos avances en la ampliación del campo temático del desarrollo se vieron plasmados, por ejemplo, en los Índices de  Desarrollo Humano que anualmente elabora el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990. 

En segundo lugar existe un creciente número de trabajos que plantean que el desarrollo económico depende no sólo de la eficiencia en la combinación de recursos y factores ya incorporados al proceso productivo, sino también, y muy decisivamente, en la capacidad de incorporar al proceso recursos y capacidades que, por distintas circunstancias, no son utilizados. Este enfoque pone el acento en estimular las estrategias de desarrollo endógeno, que pone énfasis en los actores locales, que se organizan a través de redes y organizaciones intermedias para articular el conocimiento con la actividad productiva, así como en las instituciones que promueven la innovación y la transferencia (parques tecnológicos, “clusters” productivos, distritos industriales, observatorios de actividad empresarial, etc.). 

Los argumentos expuestos avalan la importancia, no sólo académica, sino también social y política, de impulsar desde nuestra Universidad una agenda de investigación sobre la problemática del desarrollo. Esta agenda debe enfocarse en identificar y explicar los rasgos distintivos de las economías en desarrollo, nuestro país entre ellos, en rastrear sus implicaciones para el desempeño de las mismas (en particular en materia de crecimiento, estabilidad y distribución), en analizar los determinantes de los procesos de cambio y en explorar alternativas de política que favorezcan el desarrollo.